Temas Medievales, v. 27, n°. 1,
enero-junio 2019, 1-8,
ISSN: 1850-2628

GARCÍA HERRERO, M.a del Carmen, Los jóvenes en la Baja Edad Media. Estudios y testimonios, Zaragoza, Institución Fernando el Católico – Excma. Diputación de Zaragoza, 2018 (434 pp.).

El libro que reseñamos reúne, de modo monográfico, una serie de estudios previos de María del Carmen García Herrero. Tal y como ella misma plantea, el trabajo de conversión de estudios independientes para constituir una unidad más allá del tema fue objeto de profundo trabajo. En rigor, si no existiera este aviso de la propia autora, sería imperceptible el proceso mencionado.

El estudio está dividido en seis partes y cada una de ellas posee un número variable de subdivisiones. Esta manera de organizar la narración, profundamente documentada, por cierto, permite una lectura amena que discurre de sutil manera.

La temática elegida, los jóvenes, y con particular énfasis los varones, posee una relevancia evidente. Asimismo, dado el uso indiscriminado del desdoblamiento de sustantivos masculino y femenino a lo largo de todo el libro, podemos suponer que hay una intención de la autora de proponer una historia social y cultural de relevancia y no sumarse a modas historiográficas (independientemente de su valor, que debe ser evaluado en cada caso). De alguna forma, este reconocimiento del papel central del varón en la sociedad medieval no implica una contra-cultura de lo políticamente correcto hoy en día, sino el pararse frente a la incomodidad de entender la otredad constitutiva del entorno social medieval. La perspectiva cultural de la autora permite un minucioso estudio sobre las formas socialización masculinas y, desde allí, una historia del entramado social que mueve a la Edad Media. Asimismo, el tema concreto no es la masculinidad ni el varón a secas, sino el joven varón. Las implicancias de esta perspectiva son mayores, pues estos elementos moldeables y flexibles no son sujetos activos del desarrollo social, sino objeto de las relaciones sociales. En este sentido, hay un vínculo de sujeción que se produce por el lugar relativo, en este caso temporal, que ocupan los sujetos de una sociedad estamental.

El trabajo posee un significativo carácter documental. En rigor, su capacidad de extenderse como teoría general del joven en la Edad Media puede resultar compleja, pero definitivamente el tiempo y el espacio se encuentran perfectamente delimitados y este libro asegura un estudio a fondo de ellos. Como fin a este primer comentario, debemos decir que el estudio aporta visiones de disparidad en la constitución del joven como objeto social que van más allá de las zonas y momentos, pues restituye las distinciones evidentes que debemos considerar para prácticamente cualquier objeto de estudio: la condición material de la reproducción social. No vemos que haya un énfasis en esta cuestión, pero naturalmente podemos encontrar una clara conciencia de este elemento que, aunque evidente, en muchos estudios se encuentra ausente.

La primera parte (“Mocedades diversas: hacia un estudio de la juventud en la Baja Edad Media”) permite un muestreo de algunos elementos ya mencionados. La diversidad en torno a la juventud destaca elementos sociales, de género, de lugares y de edad. En tal sentido, esta primera sección deja en claro la preocupación de la investigadora por dar un panorama amplio y complejo de las expresiones de juventud no ciñéndose a categorías inamovibles.

La segunda parte (“Aproximación a los jóvenes desde fuentes literarias”) rescata una perspectiva del análisis histórico que es algunas veces olvidado en una falsa dialéctica entre ficción y realidad. Aunque no se llega a una teoría del estudio literario en la historia, la autora propone desde el principio sus objetivos acotados en un complejo objeto como es la literatura de don Juan Manuel, i.e. desentrañar el marco teórico de la crianza de los nobles que sugiere este último autor. En rigor, en esta sección encontraremos un análisis de lo que dice don Juan Manuel en sus obras como muestra de aquello que se espera en la sociedad estamental en la cual el Príncipe de Villena quería intervenir. Quizá queda de lado el elemento de intervención y, más aún, de su modo de hacerlo a través de lo que hoy conocemos como literatura. La autora hace un reparo sobre la propia biografía de don Juan Manuel y supuestas contradicciones que parecen innecesarias. No se trata de cómo actúa un autor ni qué dice en sus obras esperando ver en ese “deber ser” elementos del entorno histórico, sino de comprender la producción literaria como dispositivo específico de la lucha por el poder. Más que palabras, diría Nieto Soria.

La subsección que sigue, dentro de esta segunda parte, provee un detallado trabajo sobre algunos de los elementos cruciales que constituían el riesgo para la juventud como grupo social desde la perspectiva de quienes no lo integraban, claro está.

La tercera parte (“Los muchachos en los documentos medievales”) proporciona un panorama extenso y completo de diversas formas de organización, asociación, etc. de esta porción social en su entorno. El trabajo acerca de estatutos, organización interna, formas de amenización de determinados momentos, etc. resulta particularmente interesante pues responde además a una cosmovisión medieval de las maneras de asociación. Reconstituye también otra mirada sobre la juventud, en este caso de parte de María de Castilla y, finalmente, se ocupa de los matrimonios clandestinos. Este último apartado resulta particularmente interesante, pues muestra los no poco casos en los cuales la rebeldía sobre el mandato familiar, que tenía como objetivo la protección y acrecentamiento patrimonial, alcanzaba tanto a varones como a mujeres, ambos, en ese momento de su vida, objeto de intercambio intra-estamental.

La cuarta sección (“Acercamiento a los jóvenes desde la iconografía: dos ejemplos”) se presenta dos eximios análisis con hipótesis y procedimientos más que interesantes que muestran el protagonismo no solo de la juventud, sino principalmente de las fiestas juveniles.

La última sección de estudios (“Niños y jóvenes a finales de la Edad Media”) prosigue con detallada descripción de los elementos rituales y festivos del entorno medieval destacando el lugar que ocupaban los jóvenes en ellos. Asimismo, da muestra de un estudio de caso sobre una tragedia acaecida en 1457 en Alloza. Con gran detalle restituye elementos cruciales del proceso, de lo que el registro jurídico nos ha dado testitmonio. Sin embargo, más allá de la pregunta final sobre el tamaño de la comunidad y lo atroz del suceso, no pudimos encontrar elementos analíticos significativos sobre una muestra palmaria del sistema judicial actuante ni de la organización social.

La sección final provee un apéndice documental generoso y vasto.

El libro reseñado resulta un aporte historiográfico a considerar. Su lectura es amena y, aunque por momentos excesivamente descriptiva, el tratamiento documental profundo lo convierte en una herramienta para cualquier investigador que se proponga trabajar un tema aledaño. Sin dudas, la cantidad de documentos citados y anexos es su mayor fortaleza. Asimismo, la edición, aunque compacta, posee índices de personas y lugares. Sendos indicadores son muy detallados y completos, lo cual solo permite realzar el valor de esta pieza historiográfica como herramienta de consulta.

Daniel PANATERI

HALDON, John. The Empire that would not die. The Paradox of Eastern Roman Survival, 640-740, Londres, Harvard University Press, 2016 (234 pp.).

Pocas obras en nuestro tiempo deciden encarar la enorme empresa de generar una síntesis de tantos procesos interconectados en un período considerado y escasamente documentado como lo hace la obra de John Haldon, The Empire That Would not Die. De hecho, el autor es capaz de afrontar un análisis bastante completo de la etapa comprendida entre los siglos VII y VIII en el Mediterráneo oriental, a través de nuevos tipos de fuentes, nuevos interrogantes y el aporte de otras ciencias (como la climatología).

John Haldon es profesor emérito de la Universidad de Princeton, especialista en historia Europea e historia bizantina y estudios helénicos. También trabajó en la Universidad de Atenas, de Múnich y de Birmingham. Fue miembro de algunas de las más renombradas instituciones como la Academia Austriaca de Ciencias y el centro Dumbarton Oaks para estudios bizantinos (hasta 2013). Fue director del Centro Mossavar-Rahmani de estudios de Irán y el Golfo Pérsico y actualmente se desempeña como presidente de la Asociación Internacional de Estudios Bizantinos

Sumados a los nuevos estudios y avances historiográficos realizados durante los últimos treinta años en torno a este período, Haldon nos ofrece una síntesis original que tiene como objetivo expreso explicar cómo el imperio tardorromano de Oriente, al borde del colapso, fue capaz de subsistir en las adversas condiciones del siglo VII.

Con este fin, el autor organiza la exposición de su obra con la voluntad de responder una serie de cuestiones vinculadas a las ventajas propias del Estado, la sociedad y la cultura bizantina que permitieron a tal imperio superar sus dificultades. El historiador también indaga acerca de las condiciones materiales y ambientales que hicieron posible su supervivencia frente a complejas adversidades, tanto internas como externas.

En la introducción, Haldon presenta el problema junto con una serie de reflexiones sobre la historiografía correspondiente al periodo. Las nociones teóricas a partir de las cuales realizó sus análisis incluyen tanto enfoques típicos de las ciencias sociales y humanas (como la historia comparativa), como de otras ciencias y disciplinas (un ejemplo de ello es la teoría de la complejidad). Aspectos como la importancia de lo individual y lo comunitario, los universos simbólicos (e ideológicos) compartidos por la sociedad, o lo que el autor denomina como “teología política” del imperio, se incluyen en la compleja trama de factores a tener en cuenta.

En el capítulo 1, el historiador ofrece un resumen del desarrollo general del período comprendido entre la década del 640 y las primeras décadas del siglo VIII. En él se definen los principales desafíos económicos, político-militares y sociales a los que se enfrentaba el imperio. Propone, además, una serie de preguntas a través de las cuales ordenará su argumentación. Tales preguntas buscan ahondar en el análisis de las ventajas ideológicas, geográficas y de organización del imperio bizantino, además de los mencionados factores ambientales y sociales. A lo largo del libro, el autor buscará responder estas preguntas ampliando el análisis sobre esos puntos.

Las creencias, la ideología y la lucha por la definición de una doctrina cristiana ortodoxa son los temas tratados en el capítulo segundo. Haldon sugiere que las formas de pensar y de entender el mundo habrían sido determinantes para asegurar la lealtad de la sociedad en su conjunto (tanto de las élites como de los diversos sectores) a la política imperial. Y en este esquema, la imagen de un emperador amado por Dios y de un imperio atado a los destinos del mundo, ocupaba un lugar preponderante. Por esta razón, la definición de una doctrina cristiana “ortodoxa” y la eliminación (o aislamiento) de la herejía formaban parte de una política de Estado particular.

La importancia de la definición de esta narrativa –la “teología política” del imperio–, para la identidad romano-oriental, implica la necesidad de una cooperación entre el Estado y la iglesia. Esto queda en evidencia en un proceso de unión de la legislación secular y canónica y en una mayor sacralización del imperio (y de la figura del emperador). Dichos procesos son abordados en el capítulo 3. Por otro lado, se plantean interrogantes sobre la continuidad de esta identidad romano-cristiana en los territorios perdidos tras la conquista musulmana, tomando al cristianismo como elemento esencial de dicha identidad. Haldon también hace hincapié en la cuestión de la capacidad de resistencia de las poblaciones fronterizas frente al invasor árabe, las estrategias de presión musulmana sobre el imperio y la importancia de los conflictos internos musulmanes para la reorganización y reagrupación del imperio.

En relación con el citado tópico de la capacidad de resistencia del imperio frente a la presión árabe destaca la importancia de las sociedades provinciales, particularmente las de Anatolia, al haberse convertido en el nuevo núcleo de un Estado reducido. Los intereses de la élite social provincial y del campesinado cobran relevancia en ese contexto y los soldados comienzan a representar un papel político cada vez más importante.

En el capítulo 4, el autor analiza los cambios y dinámicas sociales de esas élites del imperio, por un lado, y las formas que adoptó el conflicto social interno, por otro. Haldon argumenta que los sectores sociales poderosos tenían una relevancia especial al ocupar los cargos más importantes de la administración y el aparato militar del imperio. Sin embargo, otros grupos (particularmente, refugiados de los territorios conquistados) comenzaron a ingresar a este estrato social en Constantinopla, nuevo polo de movilidad social.

Por supuesto, la sociedad bizantina no era monolítica y el descontento suscitado por la explotación y la desigualdad extrema activaron disputas y tensiones internas. El campesinado, los estratos inferiores y diversos grupos de soldados, tuvieron diversos canales de expresión para canalizar su descontento, llegando incluso a la rebelión abierta y la revuelta popular. Sin embargo, estas disputas a menudo se veían aplazadas ante situaciones de peligro inmediato, especialmente en las zonas fronterizas.

Entre los cambios operados en la cultura de la élite bizantina durante el período estudiado, el historiador destaca la importancia de Constantinopla y el acceso a los cargos de la corte imperial como objetos de deseo de las aristocracias provinciales. Para el Estado, era vital alinear los intereses de las élites con los suyos para lograr la supervivencia del imperio, aunque sea a través de la coerción. Haldon explora esta dinámica social y política en dos regiones, a lo largo del capítulo 5. En África, la presión impositiva y las divisiones identitarias elevaron a la pérdida definitiva de la región por parte del imperio. En Italia, los conflictos con el Papa y los lombardos forzaron la necesidad de un consenso y dotaron a los grupos destacados de la región de cierta autonomía y ayuda militar, además de dar cabida a sus intereses.

El capítulo 6 centra su atención en los factores ambientales que se registraron en el período estudiado en el Mediterráneo oriental. Luego de referir las características del espacio geográfico anatólico y sus capacidades productivas, se abordan los cambios climáticos en la zona a partir del siglo III y su impacto en las estructuras socio-políticas y la producción agrícola. Tanto el cambio en las condiciones climáticas, como los efectos perniciosos de la guerra, provocaron una simplificación en el régimen de producción agraria, particularmente en la península de Anatolia, orientada a aumentar el abastecimiento de grano.

El capítulo 7 analiza las ventajas relacionadas a la capacidad organizativa del imperio. Una de dichas ventajas más destacables fue su aptitud para administrar el valor de su propia moneda de manera relativamente independiente y centralizada, lo que fue fundamental para fines militares y diplomáticos. Por otro lado, la figura del Kommerkiarioi fue importante para el control adecuado de sus recursos comerciales en función de las necesidades del momento, sobre todo, en lo vinculado al abastecimiento de grano.

El imperio debía encontrar una manera de mantener una significativa fuerza militar defensiva a lo largo de sus fronteras, mientras sus recursos fiscales se veían mermados. Haldon argumenta que la respuesta fue, por un lado, la relocalización y dispersión de los ejércitos en diversas zonas geográficas con arreglo a su riqueza y, por otro, el pago de salarios por periodos de cuatro años, junto al apoyo familiar al soldado para proveer su equipamiento. Estas modificaciones afectaron, al mismo tiempo, el cambio de régimen de la producción agrícola en Anatolia, cuya dinámica (con relación al abastecimiento de los ejércitos) se encuentra bien abordada en este capítulo.

En sus conclusiones, Haldon vuelve a su objetivo de presentar, en una obra completa y holística, el material disponible para el estudio del imperio romano oriental medieval entre los siglos VII y VIII. Un breve resumen condensa los factores que él considera más importantes para explicar la supervivencia de tal imperio durante un periodo de fuerte desarticulación y crisis. A su juicio, fueron fundamentales la solidaridad y cohesión ideológica e identitaria de la sociedad imperial y el papel representado por la Iglesia en su construcción.

Destaca también la importancia del factor ambiental y los desastres naturales, en relación a los cambios demográficos y económicos, y los mecanismos de adaptación agrícola, administrativa y comercial que el Estado romano oriental fue capaz de poner en práctica. Por lo demás, recupera la contribución de los productores y terratenientes en estos cambios, en forma de respuestas irreflexivas a estas transformaciones.

La flexibilidad fiscal y monetaria del imperio, junto con su capacidad de asegurarse el abastecimiento de bienes de primera necesidad (como el grano), también resulta de gran importancia para el autor, así como las ventajas geográficas de la península de Anatolia como nuevo hinterland de Bizancio, sin dejar fuera de la ecuación el aspecto político del liderazgo del imperio.

Encontramos en esta obra un gran esfuerzo de síntesis de diferentes corrientes, estudios e interpretaciones sobre el imperio romano de Oriente en un período de registros y fuentes fragmentadas. El historiador logra su objetivo integrando los últimos avances historiográficos en un desarrollo completo y ordenado. Así, Haldon nos ofrece una mirada de conjunto de los procesos culturales, sociales, políticos y económicos que definieron la permanencia del Estado y de la identidad romanas en los territorios retenidos por el imperio.

La búsqueda de una interpretación global de la supervivencia bizantina se une a la utilización de nuevas fuentes de información y a la relectura y reinterpretación de las ya existentes. A la importancia que el autor otorga al ambiente y al cambio climático en estos procesos, se añade su extraordinaria lectura de a las transformaciones culturales operadas en la sociedad bizantina durante el siglo VII. Estos temas, además, fueron tratados por el historiador en obras anteriores.

La experiencia de John Haldon sobre este período logra la integración de los nuevos estudios en una obra que actualiza nuestros conocimientos sobre la etapa tratada, al mismo tiempo que ilumina sobre lo que él mismo llama “la paradoja de la supervivencia romano-oriental”.

Emilio Nicolás A. Vallejos Zacarías

DANTE, Monarchia (edición comentada por Diego Quaglioni), Milán, Mondadori, 2015 (CXLIV + 522 pp.).

Un texto más, una edición más en torno a Dante Alighieri. En este caso, el tratado sobre la monarquía. Desde una perspectiva filológica, en general, y ecdótica, en particular, estamos convencidos de que toda edición crítica es una hipótesis de trabajo, como afirmara Contini en su Breviario di ecdotica de 1992. Más allá de esto, ninguno de estos matices es necesarios para calificar la eximia labor alcanzada por Quaglioni. El texto que comentamos representa más que un nuevo aporte dentro de la larga lista de trabajos sobre el prior florentino.

Las razones de la anterior afirmación radican en que este estudio contiene diversos aportes previos de otros profesionales en el área, muy reputados, por cierto, que fueron unidos, utilizados y amplificados por Diego Quaglioni. En este sentido, su contribución central, se encuentra, en primer lugar, en la introducción erudita, basada en los años de estudio que tiene el comentador sobre la temática del poder, el derecho, la política y sus conceptos. En segundo lugar, la mayor riqueza de este libro, se halla, quizás, en el profuso comentario que se acomete al pie de página.

Si el pautado moderno de libros no hubiera acabado con la provechosa costumbre y la inestimable condición estética de la glosa envolvente, esta obra se podría confundir con una edición erudita del siglo XVI o XVII, donde el valor original se encontraba al margen. Este margen que, a la vez, invita a perderse entre un mundo de referencias mientras expulsa al centro de su lugar central, valga la redundancia, en el proceso de lectura. La capacidad demostrada en este simple, singular y remoto espacio del objeto-libro, hacen de esta pieza algo excepcional.

Esta excepcionalidad no debe aplicarse solo a la cuestión ecdótica o al comentario filológico (que lo posee), sino principalmente a la capacidad de establecer una suerte de mini-tratados donde discutir y profundizar en torno a conceptos centrales, –no solo presentes en la obra, sino también sobre aquellos que la obra permite repensar–. Una de las líneas temáticas que ordenan la lectura con base en el comentario implica la consideración de la obra de Dante como una muestra doctrinal del pensamiento realista. En palabras del autor, “la clave [de la Monarchia] no es ideológica o utópica. En rigor, Quaglioni recoge un guante de la polémica en torno a dos cuestiones claves del desarrollo político europeo occidental de la baja Edad Media en adelante. Por un lado, la idea del dualismo en el fundamento de la legitimidad política. Por otro, los efectos de la denominada Revolución papal, que comienza en el siglo XI. Esto nos permite inferir, sin dificultad, la intención de Dante de intervenir en esta crisis histórica. Crisis que, según Quaglioni, nos pone frente a un mismo problema con el poeta, una de las pesadillas de la modernidad: la monodimensionalidad del poder y la integración de lo uno y lo múltiple.

En relación a lo último que fue dicho, solo agregaremos que el interés por esta edición no solo debería recaer en los historiadores del derecho, pues el aporte evidente implica una profundización, al igual que una didáctica expuesta en el comentario. Este conforma un universo discursivo donde lo político, lo filosófico, lo histórico y lo jurídico se mezclan de la mejor manera posible para constituir una clara imagen no solo de la tradición occidental en la cual se insertó la obra de Dante, sino de los problemas constitutivos de esa misma tradición que son objeto de reflexión moderna (y de suma importancia, agregaríamos, para nuestro aquí y ahora).

Desde el punto de vista formal y codicológico, el libro es una pieza de excelencia. Las primeras ciento cuarenta y cuatro páginas proporcionan la información necesaria para acometer la lectura prosiguiente. En esta primera sección se encuentra una introducción histórica y teórica. Posteriormente, nota al texto permite obtener la totalidad de los datos filológicos necesarios para guiarse dentro de la tradición del De Monarchia, tal como la conocemos hoy. La sección de bibliografía, nutrida y subdividida, nos aporta muchísimos datos, no solo sobre lo utilizado por el comentador, sino también sobre el mundo dantesco, que es uno de los más prolíficos campos de estudio contemporáneos. Finalmente, las obras citadas en el comentario y las ediciones de referencia. Las quinientas veintidós páginas que componen la segunda sección comprenden los tres libros sobre la monarquía de Dante en edición bilingüe, latín e italiano, y el comentario de Quaglioni al pie de la página, en la misma lengua moderna. Por último, un modesto índice (a tono con el modo en que Dante acometió su obra, difícil de diseccionar, más allá de la temática central desperdigada en cada libro). Aunque sus dimensiones lo hacen de difícil transporte y ocasionan el habitual desgaste de la cubierta en este tipo de formatos, la calidad de las hojas interiores (del justo tono que no cansa la vista) y su constitución general como paperback lo hacen un libro ineludible en cualquier biblioteca personal o institucional.

Daniel Panateri